Sindicalismo de clase o conspiración del silencio

CCOO celebra hoy el 40 aniversario de su asamblea fundacional en Barcelona, en un momento de indefinición ante el futuro

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

¿Qué queda del sindicalismo de clase? Unas siglas y la convicción de unos dirigentes convertidos en la última trinchera frente al avance despótico de la economía desregulada, dispuesta a reducir a cenizas la negociación colectiva.

Hoy se cumplen 40 años del 11 de julio de 1976, día en el que se celebró clandestinamente en Barcelona la Asamblea General de Comisiones Obreras. Así nació el gran sindicato, un instrumento acechado hoy por la reforma laboral del PP, la nueva explotación manchesteriana liquidadora de todos los derechos.

Aquel 11 de julio fue el gran momento de dirigentes como Marcelino Camacho o Cipriano García. Marcelino protagonizó grande combates sindicato-patronal frente a Juan Echevarría Puig, que presidió Motor Ibérica, antes de alcanzar las cimas de Nissan y Endesa. Cipriano, por su parte, remontó el vuelo en el Baix Llobregat, la cálida comarca, en el germen de lo que sería más tarde la Fundación Utopía, creada por Juan Nepomuceno García Nieto, jesuita de la mejor camada del padre Arrupe, y profesor de Esade, donde unió la trinchera fabril con la mesa negociadora, ayudado por el ingeniero gramsciano, Alfonso Carlos Comín.

Utopía fue el humus de los mejores, entre ellos José Luis López Bulla y Joan Coscubiela, ambos ex secretarios nacionales de la histórica CONC, la mítica Comisión Obrera Nacional de Cataluña. José Luis traspasó no hace tanto al son de los coros de Nabucos, donde él encarnaba la voz de las clases populares. De Coscubiela sabemos que es un político apasionado, de discurso denso y principios rectores. Su sucesor en la CONC, el actual secretario general, Joan Carles Gallego, tiene la misma fibra, la misma solvencia, idéntica conciencia.

Los primeros pasos de CCOO

La prohibición de celebrar esta asamblea fundacional de CCOO en la Ciudad de los Muchachos de Madrid, hizo que la reunión tuviera lugar finalmente en el teatro anexo de la iglesia de Sant Medir, en el barrio barcelonés de Sants; una encrucijada casi telúrica del antiautoritarismo.

En algunos documentos fotográficos que se conservan, aparecen presidiendo la mesa Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius, Cipriano García, Miguel Ángel Zamora, Juan Muñiz Zapico, Gerardo Iglesias, entre otros dirigentes sindicales destacados de la época. La vanguardia sobresalía. Tal vez iba demasiado por delante, como tantas veces opinaron los espontáneos nostálgicos del conde de Kropotkin, aquel anarco ruso, autor de Campos, talleres y fábricas, el libelo que encandiló al mismo León Tolstoi.

Y sí, es verdad, los líderes de CCOO iban dos pasos por delante: pusieron su saber al servicio de todos en los pactos de la Moncloa inventados por Fuentes Quintana, el sabio de Carrión de los Condes.

La debacle sindical

Un camarada de armas de UGT, el sindicato hermano, José María Zafiaur (creador de la USO), vincula la actual caída de los sindicatos en todo el mundo al auge del capitalismo de vuelo fácil, «más inclinado al valor que a la continuidad industrial». Él participó con Marcelino y Nicolás Redondo (UGT) en los pactos de la Transición: «ahora vivimos con menos Estado y más mercado».

La pérdida del puesto de trabajo es el talón de Aquiles del sueño corporativo. Su consecuencia es la baja filiación provocada por el ingente número de expedientes de regulación que asolan al país entero desde 2008. Al respecto, la OCDE ofrece este dato revelador: «antes de 2012, sólo un 17% de los empleados de España estaban afiliados a un sindicato, la tasa más baja de la UE, después de Polonia y Estonia».

Algunos escándalos de corrupción han reforzado el poco interés de tantos asalariados. Según el último sondeo del CIS, los sindicatos recibieron una nota del 2,5 sobre 10, y quedaron solo un poco por encima de los partidos políticos y del mismo gobierno. UGT se llevó la palma del suspenso colectivo al pagar el pato de los ERE de Andalucía, pero según los encuestados por el CIS, ambos sindicatos salieron escaldados del caso tarjetas black de Bankia.

Lejos del modelo alemán

El sindicalismo en España se desglosa en dos: CCOO y UGT nacieron del sistema político de la Transición en tanto que interlocutores de las grandes negociaciones. Es el modelo alemán de la concertación automática pero con la diferencia de que en Berlín, Frankfurt, Wolsburg o Múnich, la filiación es prácticamente obligatoria.

Debatir el convenio del metal en Alemania significa negociar con el IG Metal, el gran sindicato europeo que, no solo tiene millones de afiliados, sino que además controla un 20% del capital del Consorcio Volkswagen. El modelo de economía social de mercado nacido en la posguerra mundial con la ayuda de democratacristianos, socialdemócratas y liberales es impensable en España.

Además, desde que en 1996, Aznar llegó a La Moncloa la fronda neoliberal imbuye a empresas, patronales, think tanks económicos y universidades. En la relativa caída del sindicalismo han contribuido las propias centrales que, en su misma formación institucional se articularon de arriba abajo, «a imagen y semejanza de los partidos políticos», escribe Mariano Guindal en La caída de los dioses (Planeta).

El sindicalismo español ocupa el centro de la opinión y recibe críticas que no puede responder por falta de medios, según señala un grupo de expertos en Trade Unions in Spain, un libro publicado por la fundación Ebert. Sin obtener nada a cambio, «los sindicatos han hecho el trabajo más duro en la construcción de la democracia en España», en palabras de James Galbraith, recogidas en un análisis solvente de J.P. Velázquez-Gaztelu en Alternativas Económicas (noviembre del 2015).

El trasvase de poder hacia Podemos

Los dos grandes sindicatos españoles se encuentran en una fase de recomposición. Sus líderes, superada la etapa de los insustituibles, han alcanzado la madurez de la corresponsabilidad. Ponen su barbas a remojar, como recuerda Owen Jones en su famoso libro Chav al incluir esta frase de Billy Hayes (sindicato británico de comunicaciones): «al movimiento sindical le falta encontrar una generación cargada de iniciativas nuevas». Owen Jones, que dedicó su análisis a los chicos que comen pollo frito en la puerta de sus casas de protección oficial, he evocado el mundo para desnudar su fealdad gracias a su enorme poder metafórico.

No es la primera vez que el sindicalismo recobra su fuerza gracias a iniciativas cívicas que van más allá de las fábricas, y que llegan en los ateneos libertarios y los consejos de barrio. La presencia societaria de la antigua CNT en Catalunya podría servir de ejemplo, aunque es bien cierto que papel del anarco sindicalismo durante la II República ha sufrido una revisión, en la actual CGT, merecedora de un gran varapalo intelectual y estético.

La profesora de la Autónoma Carolina Recio ha buceado en el meta sindicalismo del siglo XXI para comparar sus concomitancias con otros movimientos, como el 15 M o las mareas. Podemos ha capitalizado el descontento, mientras las centrales han perdido afiliados.

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp