Por qué Rivera amenaza a Rajoy y Sánchez como alternativa de poder

La agresividad del PP contra Ciudadanos fortalece al partido de Rivera, mientras la falta de convicción de Sánchez golpea al socialismo

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Mariano Rajoy navega de bolina para esquivar la tormenta perfecta.

Eclosión judicial de los casos de corrupción, debilidad extrema del Partido Popular en Cataluña, reticencias del PNV a aprobar los presupuestos e inminente sorpasso de Ciudadanos con pérdida de la hegemonía en el centro derecha. Gobierna en minoría, con su peor resultado en décadas. Tal y como están las cosas, pueden bajar más.

El mayor activo es que todavía no hay rebelión interna para forzar cambios o cerrarle el paso a una nueva candidatura electoral. Pero el ambiente en el PP es de un pesimismo de final de ciclo. No solo de ciclo en el PP sino, esta vez sí, en el sistema de partidos que ha regido España prácticamente desde el minuto uno de la Transición.

Hay obsesión en sus filas para que Rajoy retome o diseñe la iniciativa. La ha tenido en la recta final del contencioso catalán, pero como ya se ha señalado desde este medio, el éxito de Rajoy –frenar eficazmente el desafío catalán– paradójicamente le ha debilitado a favor sobre todo de Ciudadanos.

Le apremian a abrir el abanico de la agenda política. Pero para eso hace falta una cierta normalización de la política catalana. El regreso a la institucionalidad. Todavía hay muchas incógnitas abiertas sobre cuándo se producirá esa circunstancia. Y en el horizonte, además de una tímida amenaza de adelanto electoral, los comicios municipales y autonómicos del año que viene.

La prueba de que el sistema de partidos se agota es que la ecuación que ha funcionado en los últimos años ya no tiene garantías de ser exacta. Los ciclos eran siempre declive del partido gobernante, inexorablemente PSOE o PP y funcionamiento inmediato de la alternancia de la que estaban excluidos todos los demás.

Ahora la situación es radicalmente distinta.

Hagamos un repaso.

Ciudadanos está en ese raro estado de gracia en donde no se adivinan los límites. Los excelentes resultados en Cataluña se proyectan en el resto de España con las dudas sobre su situación en sus dos agujeros negros: Euskadi y Galicia.

En realidad, su futuro depende en parte de que sea cierto que no hay tantos votantes del PP como de una derecha democrática indefinida. La derecha sociológicamente es una amalgama sedienta de orden, de eficacia en la ausencia de cambios asentada sobre valores tradicionales que se quieren conservar a toda costa. Si fuera así, se demostraría que los votos que tiene el PP son menos suyos que los de otros partidos. El trasvase puede ser masivo si se cumplen algunas circunstancias. Sobre todo, por los demoledores datos que confirman la edad avanzada de los votantes que de verdad son suyos.

Ciudadanos ha tenido la sombra de sospecha de su falta de eficacia en la gestión pública. Es una experiencia que solo se obtiene cuando se alcanza el poder. Nadie sabe gestionar hasta que se ve impelido por la llegada al gobierno de instituciones. Una preocupación: si se confirma la tesis sobre el crecimiento de Ciudadanos, tendrá aluvión de candidatos a cargos públicos, porque la política profesional exige ejercicio de poder y el trasvase entre partidos del mismo espectro ideológico y electoral no sonroja demasiado. Su preocupación debiera ser la instalación de filtros contra oportunistas.

El PP tiene que tener cuidado porque siempre le ha ido viendo situándose como balsa de salvación contra extremistas. A Rajoy le funcionó la polarización con Podemos y el ninguneo al PSOE. Demostración de que en sociología electoral una cosa es el enemigo de referencia para posicionarse y otra el enemigo real para disputarle votos.

El PP se está equivocando con la agresividad contra Ciudadanos que revaloriza la marca del partido de Albert Rivera.

Hasta ahora, las expectativas previas de Ciudadanos se trucaban porque PSOE Y PP estaban acreditadas como marca de gobierno. La victoria de Inés Arrimadas en Cataluña no ha determinado ocupación de poder. Pero tiene algo más poderoso: haber ganado en territorio hostil contra marcas históricas en su mismo ámbito.

Reflexionemos sobre los males del socialismo español.

A Pedro Sánchez le está minando su obsesión por demostrar que es de izquierdas. Conquistar esa certificación de origen, esa marca que se suponía registrada, le está impidiendo presentar un proyecto político firme, sin dudas ni vaivenes. Los inventos, los ensayos de laboratorio demuestran falta de convicción o solidez en propuestas estables. Y además no cuajan porque están improvisadas. Hay señas de identidad en los partidos históricos que son muy difíciles de alterar sin riesgos.

La España plurinacional, en sus diversas y sucesivas matizaciones, es la translación nacional de las dudas metódicas de Miquel Iceta. Joaquín Legina, que es sobre todo ingenioso, lo acredita con su frase. El PSC está cavando desde hace 15 años en el universo independentista. Cada vez está más profundo y cada vez cava con más ahínco, como si estuviera obsesionado con encontrar el fondo.

Para Sánchez la crisis catalana ha sido una ocasión de oro para investirse como estadista. Respuesta constitucional impecable demostrando la confiabilidad como partido institucional y de gobierno. Pero han aflorado dudas que le han perjudicado en la imagen conquistada. Y no solo provenientes de Cataluña, con las ocurrencias de Iceta en plena campaña electoral. Las presiones sobre Rajoy para un 155 breve y liviano han permitido entre otras cosas que la insoportable indignidad de TV3 se haya visto inalterada.

José Luis Rodríguez Zapatero estaba obsesionado con los inventos sin hacer pruebas con gaseosa. Apoyó a Pascual Maragall en su empeño por un nuevo estatuto que nadie reclamaba y que recolectó una de las más modestas participaciones en el referéndum para aprobarlo. Lo demás es conocido.

A cada calentón de la actualidad, una propuesta innovadora. Esa parece ser la obsesión y brújula de Sánchez que pareciera que no se para a permitir transformar una ocurrencia en propuesta política.

El único estado plurinacional es el confederal. Se ponga como se ponga Sánchez, la Ciencia Política tiene algunas certezas. Si a esto se le añaden los vaivenes de naciones con valor jurídico o sin él, la resultante es una siembra de confusión en un caladero, el socialista, en el que no había hasta ahora veleidades nacionalistas.

Tampoco parece sacar ventaja del declive de Podemos. Empieza a haber consenso en que el partido morado es efímero y se está enfriando en la medida que lentamente se alivian las injusticias insoportables de la crisis económica. Ahora Podemos es casi únicamente una manifestación rabiosa de nostalgia de tiempos peores.

Sus absentismos en la defensa de la democracia ante el desafío catalán le dirigen a ser esencialmente un partido tan antisistema que está colaborando con su desmantelamiento. Su irrelevancia en el procés no es neutral porque de hecho está permitiendo que los secesionistas mantengan cuotas de poder y tengan la tentación de reincidir en sus métodos y propósitos.

Ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias están acertando en la receta para combatirse mutuamente. Desaparecido el peligro del sorpasso es verdad que el PSOE ha ganado confianza en sí mismo. El minuto uno de este cambio fue la intervención de José Luis Ábalos en el debate de investidura de Pablo Iglesias que desnudó la doble cara de Podemos. Y Pablo Iglesias siempre tendrán la losa sobre su discurso, cada vez más débil, de la urgencia de sacar a Rajoy de La Moncloa. Cada vez que alguien le recuerda que Rajoy sigue viviendo ahí solo porque Podemos votó en contra en la investidura de Pedro Sánchez, las propuestas de Podemos quedan sepultadas en un alud de realidad.

Con todos estos mimbres no va a ser fácil frenar el avance de Ciudadanos. En el ambiente se respira el oxígeno de los grandes cambios de ciclo. El final del estatus quo del sistema de Partidos eclosiona con la posibilidad real de que Ciudadanos no solo gane en Cataluña sin en toda España. Un bocado demasiado sabroso como para que los electores no lo saboreen.

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