Pablo Iglesias dinamita cualquier acuerdo

Pedro Sánchez no ha logrado superar la investidura. El líder de Podemos no cree en ningún tipo de entendimiento con partidos que no tengan su ideología

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No ha habido sorpresa. El candidato Pedro Sánchez, no ha logrado superar la investidura y no hay ningún dato que permita esperar que logre una mayoría simple en la sesión del próximo viernes. La situación queda bloqueada a la espera de que el Jefe del Estado decida si hay condiciones para encargar la formación de Gobierno a otro candidato.

Todo lo que ha podido sumar Pedro Sánchez sobre las quinielas previstas ha sido una abstención. No es mucho. Hay consenso en que el candidato Sánchez amortiza su derrota con su consagración como líder del PSOE y se ha asegurado ser el próximo candidato del partido cuando se celebren las próximas elecciones.

Y, probablemente, el talante exhibido en este proceso será un activo para una parte de la sociedad cansada de la bronca como tecnología política y que probablemente haya apostado por el entendimiento y quiere soluciones a sus problemas.

El discurso antiguo de Rajoy

El debate ha sido intenso, a veces bronco, a ratos brillante. Ha sido didáctico para entender cómo es el panorama político actual y ha permitido una radiografía detallada de los nuevos y viejos partidos. Mariano Rajoy se ha fijado en su grupo parlamentario y en su electorado natural.

Y el resultado ha sido un discurso esencialmente antiguo, con aires de tertulia de casino provinciano. Ni rasto de una pretendida condición de estadista. Displicente, faltón, incluso tabernario, ha optado por tratar al candidato como si fuera tonto e interesado.

Llamar la atención  

Ha demostrado su falta de esperanza en lograr apoyos para una pretérita investidura, porque el ninguneo a Rivera ha sido el complemento del desprecio a Sánchez. Mariano Rajoy ha respirado por la herida, demostrando su incapacidad de aislar sus emociones de los intereses políticos de su partido. Ha sido jaleado por sus huestes como si estuviera en Las Ventas, pero sin tendido del ocho.

Ha pretendido, incluso, arañar minutos por alusiones que no existían, demostrando que en el fondo, no se sentía cómodo sin ser el foco de atención de la ceremonia que él mismo desdeñó. Ha sido el último de los líderes en llegar a la mañana y también se ha retrasado después de la comida. Quiere atención.

Podemos, más alejado del PSOE

Hay que leer despacio el discurso, diatriba o exabrupto que ha pronunciado Pablo Iglesias en el Congreso de los diputados. En su lenguaje de mitin de vieja facultad hay contenidos que definen su ideología política y sus convicciones sobre la democracia.

Pablo Iglesias ha confesado que no cree en ningún tipo de entendimiento con partidos que no tengan su ideología, porque los considera contranaturales. De tal forma que las coaliciones que gobiernan en casi toda Europa responderían a la traición de dirigentes de distinto pensamiento que han renunciado a su programa para pactar con otros un mínimo.

La sombra de Felipe González 

Con esos parámetros, evidentemente la Transición hubiera sido imposible. Pablo Iglesias ha dinamitado, si lo hubiera habido, cualquier posibilidad de acuerdo con el PSOE, hasta el punto de aludir a la cal viva en la biografía de Felipe González y retratar al líder de Ciudadanos con una condición de «escuadra de Franco», si hubiera vivido en aquellos tiempos.

Pedro Sánchez ha perdido una ocasión de oro para recordar a Iglesias que Felipe González, que ya no tiene responsabilidades políticas, viajó a Venezuela para defender la libertad de presos de conciencia, en un país en donde sí los hay, mientras que el líder de Podemos, socio bolivariano, no ha movido jamás un dedo por esa causa mientras reivindica la condición de preso político de Arnaldo Otegui, condenado por delitos de terrorismo.

Beso soviético

La parroquia de Podemos, exultante; incluso con el beso soviético en los labios que le ha propinado Iglesias a su socio catalán, demostrando que la tecnología del espectáculo inaugurada con la presencia en el hemiciclo del hijo de la diputada Bescansa, es el inicio de un nuevo circo parlamentario que será repetido cuantas veces sea preciso.

Albert Rivera ha defendido el pacto con sus socios socialistas con solvencia e ironía. Ha dado estopa al PP y Podemos con elegancia, sin exabruptos ni faltas de respeto. Hoy, Rivera, en su primer discurso parlamentario, ha consagrado su espacio en el centro político español, con guiños a Adolfo Suárez incluidos. Consenso en que Rivera ha venido para quedarse.

El resto ha sido un ensayo general de la próxima campaña electoral en donde han quedado retratados los viejos y los nuevos modos, que no se corresponde exactamente con la cronología de llegada de los partidos a la política española.

¿Nuevas elecciones?

Mariano Rajoy sonó antiguo, muy antiguo; y, por el otro lado, Pablo Iglesias parece empeñado en recuperar un guerracivilismo que es lo más antiguo que nos queda en España. La pelota vuelve al Palacio de La Zarzuela.

La falta de concreción constitucional obliga a respetar los plazos, incluso aunque el Rey decida no encargar una nueva investidura a ningún candidato, por estimar que no hay posibilidades de acuerdo. Salvo milagros que no se vislumbran, en la sesión de hoy se da por terminado el intento de formar una mayoría alternativa al PP.

Y da toda la impresión de que después de que Pablo Iglesias haya dinamitado con tanta eficacia cualquier entendimiento con el PSOE, es dudoso que dentro de este partido –y no solo por parte de los barones y los veteranos– haya la más mínima posibilidad de que la dirección del PSOE siga pretendiendo seducir a Podemos.

La guerra por el control de la izquierda amenaza con ser sangrienta. ¿Cómo encajarán los ciudadanos electores este proceso? ¿Quién quedará retratado como culpable si se tiene que recurrir a nuevas elecciones? Son cuestiones que tendrán respuesta. Y también una más abstracta: ¿tiene fecha de caducidad el rencor como motor de la política española?

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