Más razón, menos huelga

La ciudadanía secunda de forma parcial el paro, aunque se lanza a masivas manifestaciones en toda España en protesta por las políticas económicas

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El momento de la historia reciente de España con un clima político y social propicio para convocar una huelga general era éste. El hartazgo de muchos sectores de la sociedad, el drama de otros e incluso la inquietud de los menos damnificados por la crisis económica convertían en óptima la oportunidad. Sin embargo, a la vista de los datos que se han conocido durante la jornada, el seguimiento del paro es inferior al último, el del 29 de marzo. Cosa diferente han sido las manifestaciones que tuvieron lugar como corolario de la huelga y cuya participación fue elevada en las principales capitales. En Madrid, 800.000 personas. En toda Galicia, los sindicatos hablaron de 500.000 manifestantes, destacando los 180.000 que aseguraron reunir solo en Vigo.

¿Qué es lo que enfría una huelga general en el siglo XXI como mecanismo de protesta ante la actuación de los diferentes poderes? A decir de muchos analistas, se trata de una combinación concatenada de factores. Hace poco más de medio año, el descontento se expresó con otro paro. Los bolsillos de muchos trabajadores no soportan el descuento en su salario, el coste de expresar su enojo. Pero no es la única motivación. La resignación política –siempre con la vista puesta en el gobierno autonómico de turno, el de Madrid y el de la Unión Europea– es creciente y la oposición política y social en España está igual de desarmada que el propio Gobierno.

Los ciudadanos dudan de contra qué o contra quién protestan. ¿Desahucios, recortes educativos, euro por receta, desempleo, el papel de la banca en la situación actual, la corrupción…? Y, como admiten los propios convocantes de la huelga en privado, esa zozobra hace difícil bloquear un país del siglo XXI con métodos del XIX.

Consumo energético significativo

Todos esos elementos no han sido los mejores catalizadores de una huelga general, que más allá de la Administración, el transporte y la gran empresa industrial no paralizó el país. El seguimiento, como de costumbre, fue desigual en zonas urbanas y rurales, en los centros de las ciudades y en los polígonos industriales… El único medidor considerado eficaz para evaluar el éxito o fracaso del paro, el del consumo energético, que descendió un 15% a las 9:00 horas (cayó el 26% en marzo), también subraya que la convocatoria no ha cumplido con las expectativas de los organizadores.

Ni el elevado despliegue policial registrado durante la jornada, ni los 102 detenidos y los 40 heridos registrados son tampoco un índice de civilización del que presumir. Mucho menos los incidentes de Tarragona entre los Mossos d’Esquadra y algunos menores, de los que la policía autonómica catalana y su conseller, Felip Puig, deberán dar explicaciones suficientes en los próximos días. Esas lamentables imágenes constituyen una prueba más de que el choque de derechos (el de huelga y el de trabajo) siguen sin resolver sus sempiternas diferencias.

Políticos y sindicalistas

Si el panorama de los partidos políticos españoles es desolador, el de los sindicatos no resulta mejor. “No podemos sacar a pasear al Cristo de plata cada dos por tres”, confiesa un alto cargo de la ejecutiva confederal de Comisiones Obreras (CCOO) a este diario. Traducido: ni tan siquiera los líderes de Unión General de Trabajadores (UGT) y CCOO tienen claro que la huelga general haya sido oportuna, aunque todos admiten que sí es necesaria.

Y sus datos, que un 77% del país había secundado la convocatoria (más de nueve millones de asalariados, pero el 12% menos que en marzo), son cuestionados por sus antagonistas por poco rigurosos o casi increíbles. En público, no obstante, los mensajes eran otros: “O los gobiernos cambian estas políticas –señaló el secretario general de la Comisión Obrera Nacional de Catalunya (CONC) en la manifestación de Barcelona– o nosotros cambiaremos estos políticos”.

El papel de las organizaciones patronales tampoco parece propio de los tiempos. Como siempre, la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) y sus filiales territoriales siguen minimizando los efectos y las estadísticas del paro. Tanto en términos cuantitativos como en los aspectos cualitativos. “Es inoportuna”, argumenta Juan Rosell, patrón de patrones. Con todo, el 14N una parte del país ha parado, protestado y se ha mostrado contraria a las políticas económicas. Y de ese paro, que ellos cifran en un pírrico 12% de las empresas, se infiere en cualquier caso un malestar suficiente como para que gobiernos y patrones tomen nota.

La gran empresa industrial, protagonista

Una vez más, las grandes corporaciones industriales han sido las más proclives al paro. Los asalariados de la administración pública, muy sindicalizada, también ha secundado de forma mayoritaria la convocatoria. Pero los servicios, sobre todo los financieros, de comunicaciones y el comercio, siguen resistiéndose al cierre por cuestiones políticas o laborales.

Para muchos dirigentes del mundo sindical, el resultado de la huelga general es un éxito, como así lo calificaron, en tanto en cuanto no ha sido un fracaso. Ésa era una posibilidad real por la desmovilización social existente, la coacción que supone la crisis económica por si misma y la proximidad temporal de otra convocatoria. Es cierto que España no paró, pero sí una parte importante y enojada del país. Suficiente para que los poderes públicos, los económicos y aquellos concernidos tomen nota de la situación de conflictividad latente que existe.

Manifestaciones ciudadanas

En las principales capitales de provincia, las manifestaciones y la afluencia de ciudadanos a las convocatorias pusieron de manifiesto que la huelga general arrastra motivos más políticos. Si en algunos ámbitos se descalificaba el paro al calificarlo de fracaso, nadie ha dudado en considerar un éxito de convocatoria las manifestaciones. La de Barcelona, que a diferencia de la del 11S no mereció la cobertura informativa de la televisión pública catalana TV3, pudo reunir a un millón de personas en opinión de los convocantes. Menos manifestantes se reunieron en Madrid, 800.000, en un desfile que comenzó en la plaza de Neptuno y prosiguió hasta Colón.

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