Mas alcanza el sueño de Pujol: el fin de la intelectualidad crítica

Antiguos defensores del federalismo defienden el independentismo para no quedarse "fuera de la hegemonía" de un proyecto que trabaja para "desconectarse" de España

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Tal vez es de los pocos intelectuales críticos que quedan en Cataluña. Antoni Puigvert se preguntaba justo hace un año, tras conocerse la confesión de Jordi Pujol: «¿Habiendo situado el acento en la identidad cultural, por qué ha tenido tantas dificultades con intelectuales y creadores?»

Pujol luchó desde el primer momento contra los intelectuales, porque, en su gran mayoría apostaron por el progresismo de raíz marxista, y el catalanismo que defendían chocaba con su nacionalismo y su idea de Cataluña.

La batalla fue cruenta, y tuvo su punto álgido con el libro de Jordi Solé Tura, Catalanisme i revolució burgesa, publicado por Edicions 62. Provocó una enorme polémica, que otros autores, como Josep Termes, y uno de sus discípulos, Agustí Colomines, combatieron durante años, y que siguen combatiendo periodistas como Francesc Marc Alvaro o Francesc Canosa.

Aclamación en la plaza Sant Jaume

Pujol ganó elecciones y gobernó. Y aquellos intelectuales marxistas se fueron más o menos adaptando a las circunstancias, aunque generaron periódicas pullas, en medios como El País. Ahora las cosas han cambiado, y aquellos mismos intelectuales han buscado cobijo, o se han reorientado por completo, formando parte, por ejemplo, de la lista soberanista para el 27S. 

La escena se ha podido reconstruir gracias al diario Vilaweb, como se puede apreciar a la perfeccción en el reportaje que elaboró el diario Vilaweb, que mantiene en su hemeroteca. Es el 20 de septiembre de 2012. Artur Mas se ha entrevistado con Mariano Rajoy en La Moncloa. La reunión, según el President, no sale bien. Quería un acuerdo, o la promesa de estudiar un acuerdo sobre el pacto fiscal. Rajoy se niega. Y Mas se ve obligado a convocar elecciones, después de que la manifestación de la Diada, nueve días antes, haya resultado un clamor a favor de la independencia.

La crónicas periodísticas aseguran que Mas, de regreso al Palau de la Generalitat, sobre las siete de la tarde, se vio «obligado a hacer acto de presencia» en la plaza Sant Jaume, donde unas cuatro mil personas le aclamaban al grito de»independencia», en una concentración para mantener el espíritu de la Diada que había organizado la Asamblea Nacional Catalana (ANC).

Presencia disciplinada de intelectuales

El ensayista Jordi Amat reconstruye lo que ocurrió, gracias a Vilaweb y lo expone en el inicio de su libro El llarg procés (Tusquests). Resulta que no había nada sometido al azar. Que el pacto fiscal era una mera excusa. Y que en la plaza Sant Jaume estaban citados historiadores, politólogos, sociólogos, intelectuales, en definitiva, que debían arropar al President con la idea de que una gran corriente transversal aprobaba la vía independentista que culminará en las elecciones del 27 de septiembre, pasando por el fiasco para Mas que supuso las elecciones de noviembre de 2012. 

Carles Fabró, el jefe del Gabinete de Relaciones Externas y Protocolo de Presidencia de la Generalitat, que lleva muchos años en el cargo, sale del Palau de la Generalitat e indica a un conjunto de intelectuales que se sitúen en el lugar que les corresponde.

En el siguiente plano ya aparece Mas, rodeado de Jaume Sobrequés, Salvador Cardús, Salvador Giner, Ferran Requejo, Muriel Casals –número tres en la lista de Mas— y Xavier Rubert de Ventós. Todos ellos conectados con mayor o menor intensidad con la izquierda que combatió a Pujol, pero que en los últimos años han nutrido el nuevo discurso soberanista de Convergència, lejos de las tesis federalistas y cercanas al PSC de Pasqual Maragall de antaño.

Miedo a quedarse fuera de la hegemonía 

¿Por qué? Jordi Amat explica a Economía Digital que es duro quedar fuera del poder. «A nadie le gusta quedar fuera de la hegemonía», asegura, tras lamentar «que se haya perdido una libertad de espíritu considerable».  A los intelectuales, al final, «les gusta aparecer en la fotografía de los vencedores», afirma el autor de El llarg procés, un ensayo prolijo sobre la cultura y el poder en Cataluña desde 1937 a 2014.

En el libro se pregunta por esa imagen, junto a Mas, en la plaza Sant Jaume, de intelectuales que siempre defendieron el catalanismo de Maragall, como Giner o Rubert de Ventós.

«Me parece que esa imagen visualizaba la consagración de una hegemonía intergeneracional que no tenía como prioridad la crítica del poder –la función paradigmática de la clase intelectual—sino la construcción de un nuevo poder en alianza con un poder ya establecido. No era exactamente, por tanto, una claudicación (la primera idea de Amat), sino una muestra del alineamiento con una estrategia política de ruptura con el Estado desde dentro del Estado mismo».

El nervio civil se empobrece

Jordi Amat se pregunta el coste de esa apuesta, de intelectuales que han renunciado a su papel crítico en la sociedad catalana, y que ha dejado el proceso soberanista sin una masa de reflexión interna, con escasas excepciones, como Puigvert, que mantiene vivo el espíritu del catalanismo integrador de Maragall, y que rechaza que se de esa corriente por muerta.

«Me parece que esta dinámica empobrece el nervio civil de la sociedad en la medida en que se van cerrando los canales para un ejercicio tranquilo, razonado y dialogante de autocrítica».

Ahora habrá un baile de nombres para ir en la lista soberanista, en la que Mas figura como número cuatro, un hecho que el conjunto de intelectuales que se considera puntero en Cataluña considera del todo lógico.   

Vanagloriarse del fracaso de Espriu 

Previamente ha habido un trabajo de acercamiento, por parte del poder, y Mas ha logrado, a falta de conocer su posible éxito o fracaso en el 27S, el sueño de Pujol, que apenas exista una crítica de los intelectuales a un diseño político que se vanagloria del «fracaso» de Espriu.

Y es que «el proceso de soberanización», como lo acuñó Agustí Colomines, –colaborador de Economía Digital— y explica Amat, «pasa, entre multitud de aspectos, por imponer un relato uniforme del pasado sobre el que se pueda construir un proyecto de futuro basado en la idea de ruptura inevitable con España».

Y añade, «Estamos desconectados, dicen, cuando aquello para lo que trabajan los soberanistas, legítimamente, es para desconectarnos».

Ese era, por ejemplo, según Amat, el objetivo «descarado» del simposio España contra Cataluña que dirigió en el inicio del proceso Jaume Sobrequés, un señor, en su día, que defendió el catalanismo que encarnó durante décadas el PSC.

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