Johan Cruyff: el aliento del espíritu sobre las aguas

El gran jugador y entrenador holandés ha cambiado la vida futbolística del F.C. Barcelona, e influenció como pocos en la filosofía de este deporte

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp

Todos nos vamos; «este es uno», como solía decir el míster antes de lanzar uno de sus mensajes. El más reiterado «si tú tienes la pelota, no la tiene el contrario» se cumple hoy como un triste vaticinio, cuando él desaparece sin hacer ruido, como el aliento del espíritu sobre las aguas, que diría Juan Benet.Se ha ido raudo pero sin prisa, haciendo bueno su eterno cliché: «yo digo que no es bueno correr tanto».

Hoy, los deportistas de butacón, los voyeurs futboleros, le velaremos armas hasta bien entrada la madrugada en algún garito de la noche nihilista. Rememoraremos al Cruyff respondón que, antes de pelearse con su entrenador, se plantó ante el régimen del general, en 1974, enviando una foto con su firma a los 113 encarcelados en la Modelo por pertenecer a la Asamblea de Catalunya. Fue una idea del gran Laureano Ruiz (el cántabro, maestro de la Masía) por iniciativa de su pariente, el politólogo Eliseo Aja.

Relaciones con el catalanismo

Desde el primer momento, Cruyff entró en el catalanismo reformista y gradualmente soberanista con la naturalidad de un señor que vive en los altos de Sant Gervasi y veranea en El Montanyà. Muchos años después cuando Joan Laporta le dio la insignia de brillantes y le hizo presidente de honor, Dani, la esposa del gran futbolista fallecido, protestó: «tú que siempre has ido por libre vas a ser ahora el honorífico que diga que sí a todo».

Cuánta razón tienen las damas, se dijo a sí mismo Johan el día que devolvió la insignia a causa del feo que le hizo otro presidente, Sandro Rosell, el taimado Sandruscu, hijo del primer Rosell, el bueno, aquel que fue gerente del Barça en la etapa de Montal.

El sello de Cruyff

El Johan futbolista era un muchacho afilado y barbilampiño que ha dejado su estampa en los terrenos de juego de la memoria, «sombra insepulta al otro lado», como diría bellamente Carlos Barral. En los entrenos matutinos, Cruyff asomaba enjuto y sonriente, como aquel que no quiere la cosa, pero cuando tocaba la bola, el mundo se iluminaba.

En los partidos, su sello naranja mecánica holandesa le permitía salvar obstáculos y plantarse de un salto delante del portero contrario como un gallo de pelea que, antes de matarte, levanta sus espolones y te pregunta: «¿por donde la quieres?».

La influencia en el Barça

Cuando Johan llegó por primera vez al Barça de la mano de Armand Carabén (tesorero audaz de Agustí Montal) habían pasado dos décadas desde que Helenio Herrera le ganara dos ligas seguidas al Madrid. El estado de ánimo culé quedó reflejado en el cine por Gonzalo Suárez en una película en la que el Tibidabo se resquebraja en blanco y negro.

Titulada Rocabruno bate a Ditirambo, enmarcó un duelo dialéctico llevado a la pantalla entre un oscuro escritor y un periodista entusiasta que no tenía más biografía que sus huellas dactilares. En la película, la imagen de HH era un homenaje al Barça húngaro de Kocsis, Czibor, Luisito Suárez y Kubala. Fue antes del año del debut de Cruyff con el 0-5 en el Bernabéu. Y dicen que aquella victoria inspiró a Manolo Vázquez Montalbán su idea del «Barça como la armada catalana sin cañones».

La ciudad degustaba el «més que un club» inventado por Narcís de Carreras, el presidente efímero, a partir de una noche de 1968, tras un victorioso 0-1, autogol de carambola, en una final del Generalísimo, Madrid-Barça. Todo ocurrió muy rápido. Era el Real Madrid de De Felipe y Pachín, unos señores de rojigualda en la muñeca que tomaban copas en Chicote con un boxeador que había sido sparring de Fred Galiana.

Cruyff

El fútbol rebelde y creativo

Fue en un año de mundial, cuando el fútbol rebelde que los holandeses de Cruyff acompañaban con largas melenas y cortes de pelo a lo Beatles. Johan y los suyos perdieron la final delante de la Alemania de Beckenbauer; fue la derrota más bella de la historia del fútbol. Ante un equipo mental y maquinal de blasones germánicos que saben ganar aunque sea en el último segundo, Holanda exhibió la mejor factura gestual de la historia, descontando a los Pelé, Jair, Amarildo y compañía de los años dorados de Brasil.

La vuelta de Johan a Barcelona fue como entrenador y propulsor de un estilo que no decae: «si juegas bien, a la corta o a la larga, ganas». En las manos de Cruyff germinó el Barça ganador. Lució y ensalzó su estilo en el llamado Dream Team. Lo blasonó. Después, entre los greens de El Montanyà, Johan aleccionó a Guardiola, y Pep se la devolvió la noche del 2-6.

Para los amantes de la conspiración, Johan, Rexach, Pep y Messi son una versión de aquel Cuarteto de Alejandría de Durrell, que desparramó música, sensualidad y poesía. En un día de despedida, cabe evocar a Eduardo Galeano -«soy un mendigo del fútbol», escribió el gran uruguayo-, hincha del Nacional de Montevideo, amante de Barcelona y secreto visitador del Barça de Johan. Lo dejó muy claro: «Yo nací gritando gol». 

Recibe nuestra newsletter diaria

O síguenos en nuestro  canal de Whatsapp