“España depende del extranjero para producir una vacuna”

La jefa de microbiología del área sanitaria de Santiago dice que España tiene necesidades “acuciantes” y que la investigación depende de multinacionales

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Dependencia de otros países y falta de investigación aplicada. Esas dos carencias son algunas de las necesidades más acuciantes que tiene España a la hora de abordar el tratamiento para una pandemia como la del coronavirus según la jefa del servicio de microbiología del área sanitaria de Santiago. «Es terrible que España no tenga centro de fabricación de vacunas y dependa del extranjero», dice María Luisa Pérez del Molino.

La jefa de microbiología del Chus recuerda que este equipamiento “ya se planteó con algún gobierno, e incluso estuvo a punto de ponerse en marcha, pero finalmente no salió adelante”. Y se suma a otras limitaciones que tiene el país, como la falta de investigación aplicada. En opinión de esta experta, este tipo de investigación no debería dejarse exclusivamente en manos de las “multinacionales”.

En caso de una hipotética segunda oleada, ¿sería menos virulenta?

 Desgraciadamente hemos estado muy poco en contacto con el virus y, en Galicia, menos. Nuestra población no va a reconocer el virus cuando vuelva.

¿El escenario, por tanto, va a depender mucho de las mutaciones que sufra este pequeñísimo agente infeccioso y de la cantidad que circule?

Ahora mismo no podemos decir nada, ni seguro ni casi seguro. Otra cosa es que contásemos con un 60% de la población con anticuerpos, que tuviésemos algún tipo de inmunidad de grupo, pero no es el caso ante esa eventual segunda oleada. Ni tan siquiera en Madrid ni en otras zonas donde el patógeno ha circulado mucho más.

En el caso de las infecciones víricas, los virus necesitan células para sobrevivir.

Sí y si ellos son muy mortíferos, los que se acaban muriendo son precisamente ellos porque se extinguen. Es una relación entre el humano y el virus. Generalmente se adaptan. Pero que no sabemos qué va a pasar es el mensaje que debemos tener presente en nuestras cabezas. Estamos mucho mejor que hace cuatro meses, eso sí. Conocemos mucho del virus porque se ha trabajado mucho en todo el mundo y así seguirá siendo.

¿Disponemos de métodos analíticos suficientes para una alerta temprana?

Sí. Aunque persisten las dudas de cuánto contagian los asintomáticos y para mí es uno de los puntos que son claves. En estos casos el diagnóstico precoz no existe. El primer abordaje, que ya se está haciendo en España, es que ante cualquier cuadro leve de origen respiratorio, un catarro común sin ir más lejos, se solicite la PCR. Hemos dado un paso más. Eso nos tiene que hacer ver qué cantidad de gente tenemos infectada, si es que todavía quedan restos de virus.

– ¿Ya nunca más se cuestionará la importancia de la ciencia?

Yo, respecto a la ciencia, tengo una opinión un poco peculiar. No puedo cuestionar, cómo no, la importancia de la ciencia. Pero creo que no deberíamos permitir subgrupúsculos de científicos que hagan cosas que no estén interconectadas entre sí. Voy a poner un ejemplo muy claro: España sigue sin centro de fabricación de vacunas y depende del extranjero. Me parece terrible. Sobre todo porque considero que es el momento de investigar mucho en vacunas.

– La investigación básica es fundamental, y a nadie se le escapa, pero la aplicada…

Pues es muy importante. Y por ello no se puede dejar la investigación aplicada a las multinacionales. Tienen que hacerla investigadores independientes. La investigación básica siempre, siempre, va a ser importante. Es fundamental para el avance de toda la medicina. Pero en estos momentos, en la situación en que nos encontramos, es muy importante que hallemos soluciones lo más rápido posible para la pandemia y por ello la investigación aplicada a vacunas y a nuevos tratamientos me parece crucial.

– Usted acabó su especialidad con el descubrimiento del VIH y está a punto de alcanzar la jubilación con el SARS-CoV-2. Es de imaginar, aunque ahora haya bajado la presión, que se enfrentó, con su equipo, a muchas situaciones de estrés.

Nosotros en microbiología lo hemos pasado muy mal. Soy una persona mayor. Yo llevo cuarenta años en la profesión. Cuando se descubrió el VIH estaba en mi último año de residencia. Eso nos dio mucho trabajo y esto también nos lo va a dar. En muchas cosas, esta angustia que ahora hemos tenido, los de mi gremio la pasamos ya con el VIH, aunque con menos presión, porque la verdad es que esto ha sido terrible. Ha sido duro. Yo tengo una compañera que dice que lo que hemos aprendido, fundamentalmente, es a manejar la incertidumbre.

– Algo a lo que no están acostumbrados.

Efectivamente. No. Porque la gente que trabajamos en laboratorios lo hacemos con certidumbres. Somos bastante exactos. Hemos tenido que modular además, y de una forma importante, nuestras reacciones y nuestras emociones. El teléfono sonaba las veinticuatro horas. Recuerdo una guardia en la que me dijo un adjunto: llevo seis horas al teléfono, no he podido casi ni mirar las curvas de PCR. Por eso digo que hemos tenido que atemperar porque a veces había ganas de llorar. Ha sido un ejercicio de control.

– ¿Era factible organizar?

Planificar lo no planificable, digámoslo así. Ha habido una improvisación, en el fondo bien hecha, porque lo hemos conseguido.

– Usted siempre destaca que el factor humano es fundamental.

-Cierto. Hubiésemos necesitado mucha tecnología y nos la han dado al final, casi. Las técnicas son importantes, pero las personas son siempre las que sorprenden, porque dan de sí un poquito más de lo que uno espera. Mis compañeros me tienen boquiabierta.

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