El somatén mediático

Los medios de comunicación, al calor del dinero público, han servido como altavoz del discurso independentista y de bozal de cualquier discrepancia

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Para comprender lo que ha pasado en Cataluña en los últimos años es imprescindible leer La pasión secesionista, la obra de Adolf Tobeña que analiza cómo se generaron los fenómenos sociales y políticos que han terminado por armar el procés.

La obra, editada por ED Libros, explica cómo el descontento catalán dio paso al sentimiento independentista y el proceso de articulación de este movimiento. En uno de los capítulos muestra, sin tapujos, como los medios de comunicación afines, con TV3 a la cabeza, azuzaron la movilización a base de ser el altavoz del pensamiento único.

El somatén mediático

la pasion secesionista

Todo lo visto y discutido hasta aquí son arrastres y sesgos automáticos. Mero acomodo a la influencia del entorno social por la vía de la deriva inadvertida y de la docilidad ante los ritos y las preferencias mayoritarias, sin necesidad de invertir esfuerzos o de prefijar objetivos por parte de los emisores de influencia. Esos efectos, los del proverbial seguidismo ante las tendencias y modos sociales preponderantes, los publicistas los tienen en cuenta siempre, aunque jamás dejan que la suerte de una campaña y la del producto que vehicula dependa sólo de ellos.

En política mucho menos todavía, porque el bien que se intenta vender acostumbra a ser etéreo para la clientela electoral (aunque no sea así, claro, cuando se prevén oportunidades para las alianzas e intercambios de servicios con sectores privilegiados. De ahí las reticencias a aceptar que pulsos tan entusiastas, perseverantes y masivos como los del brote secesionista en Cataluña, puedan depender de efectos de arrastre gregario meramente pasivos. De adscripción acomodaticia a una corriente apenas apreciable.

Al revés: todo el mundo da por descontado que, si los automatismos de conformidad y seguidismo han tenido algún papel debe haber sido trivial, por fuerza, al lado del adoctrinamiento apabullante. De la intoxicación machaconamente inducida. El inductor crucial de la fiebre secesionista ha sido, según eso, el trabajo aleccionador y monocorde de los medios de comunicación locales. De la propaganda inclemente y unidireccional servida por múltiples tribunas informativas puestas al servicio de los poderes regionales, en una emulación de las burbujas adoctrinadoras de los regímenes con inclinaciones goebelesianas. Es un diagnóstico habitual, tanto entre los exaltados voceros del frentismo centralista, tan comunes en la capital de España, como entre los analistas que han procurado preservar periscopios distanciados y serenos. En suma, el motor crucial del asunto habría sido el sermoneo implacable de los media controlados directamente por el gobierno autónomo y los teledirigidos a través de subvenciones y ayudas varias.

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Se trata de una denuncia, sin embargo, que suele caer en saco roto porque en los debates sobre ese asunto, enseguida sale a relucir que todo el mundo, sin excepción, hace propaganda tendenciosa. Se acepta, con prontitud, que el adoctrinamiento sesgado por parte de los media con vínculos partidistas (es decir, todos ellos por estos lares), forma parte inevitable de las reglas del juego político. Ni siquiera es posible entrar en el contraste de datos empíricos porque se impone, de modo abrupto, la descalificación.

La beligerancia partisana tiene ahí la partida ganada de antemano: ¿cómo es posible mantener que se ha practicado el emponzoñamiento doctrinario en Cataluña, si los ciudadanos transitan por un universo de información abierto a cualquier viento y donde las grandes cadenas televisivas y radiofónicas, así como los grandes rotativos y las plataformas «internéticas» de mayor incidencia están en manos de resortes ajenos a los intereses catalanes y, a menudo, en los aledaños del poder central? Es más, frente a la acusación de “encapsulamiento intoxicador” se proclama, con indignación, que hay más pluralidad informativa y diversidad de voces en los media catalanes que en el orfeón uniformemente anticatalán de los púlpitos y tribunas hispánicas.

Ese confuso panorama no exime de echar una mirada a los datos sobre la cuestión, porque los hay muy accesibles y no resultan, además, nada difíciles de exponer ni de interpretar. Sin necesidad de escarbar en fuentes secretas o remotas hay cifras sólidas y reiteradas que ofrecen unos escenarios esclarecedores. Los mismos sondeos oficiales que he utilizado en el capítulo dedicado a retratar la situación sociométrica del secesionismo, es decir, los barómetros que publican con regularidad semestral, al menos, las agencias de sondeos dependientes del Gobierno central en Madrid (CIS) y del Gobierno autónomo catalán (CEO), constituyen archivos útiles para acercarse a la descripción de ese asunto tan polémico y, en apariencia, irresoluble.

El 53% de los catalanes se informa de política a través de TV3. Las televisiones estatales no alcanzan el 33%

Los hallazgos que derivan de esos sondeos ofrecen el siguiente cuadro (indico cifras de los Barómetros más recientes, pero las proporciones se han mantenido de manera regular a lo largo de los últimos años) (CEO Barómetros 2013-2015, CIS 2014). Son cifras globales de consumo informativo, sobre noticias y política, que conforman una verdadera Burbuja de ámbito autonómico. Un capuchón que nutre con el riego de las noticias cotidianas y los análisis y discusiones sobre los asuntos públicos a un 60% (aproximadamente) de la ciudadanía que se interesa por la política y la sigue.

Un 20% de catalanes prefiere, en cambio, seguir los asuntos públicos desde tribunas de ámbito estatal y queda todavía un resto de otro 20%, como máximo, que no se interesa ni sigue con regularidad esos temas. Es decir, el gran segmento de población leída o interesada en los asuntos políticos accede a la información y a la opinión desde plataformas locales o autonómicas: las directamente dependientes del Gobierno autónomo y las que quedan cerca de su margen de maniobra para subvencionar, apoyar, ignorar o perjudicar. La oportunidad de primar e influir es, por tanto, formidable.

Canal de TV preferido para seguir la información política y general:

  • TV3 (canal público dependiente del Gobierno autónomo): el 53% de los entrevistados lo colocan en primer lugar y sumándole otras TV de alcance regional se llega al 60% de seguidores. Entre todos los canales de TV de ámbito estatal no alcanzan el 33% de seguidores, para esos contenidos.

Emisoras de radio para seguir la información política y general:

  • Entre Catalunya Ràdio (Emisora oficial dependiente del Gobierno autonómico) y RAC1 (Grupo Godó-La Vanguardia) lideran las ondas radiofónicas con el 62% de oyentes. Las emisoras de ámbito estatal apenas alcanzan el 25% de fieles, entre todas ellas, en ese ámbito.

Periódicos para seguir la información política y general:

  • Entre La Vanguardia y El Periódico (diarios de alcance regional, con su edición mayoritaria en lengua catalana) copan el 57% de lectores; los secesionistas El Punt-Avui, Ara junto a varios diarios comarcales superan el 20% de lectores. La cuota de lectores habituales de los diarios de ámbito estatal no llega al 10% de los entrevistados.

Información en Internet y redes sociales:

  • Aunque no hay datos comparables procedentes de esos sondeos, las cifras quizás reflejen un sesgo todavía más potente, favorable al secesionismo, ya que tanto los media de filiación secesionista como las organizaciones del activismo independentista han sido muy imaginativas y exitosas en el uso de las plataformas «internéticas» y de las redes sociales. 

Tabla. Puntuaciones de Confianza de la ciudadanía catalana en sus instituciones.
Respuestas a la pregunta “Por favor, indique su grado de confianza (entre 1 = ninguna  y  10 = máxima), para las siguientes instituciones”.

Tabla.

Se indican las puntuaciones medias de una muestra representativa de N=2000 individuos en entrevistas directas (CEO, 33, Barómetro de Opinión Política, Octubre 2014; ordenación idéntica en Octubre 2015).   

Si se tiene, además, en cuenta que los Medios de Comunicación son la institución mejor valorada por la opinión pública catalana (Véase Tabla), con una nota que supera holgadamente el aprobado (un 5,24, en escala del 1 al 10), estamos ante un hallazgo singular. Por usar la comparación más cercana, en la población española los media no gozan de esa valoración tan halagüeña en los sondeos del CIS y bajan posiciones alejándose bastante del aprobado (nota = 4,5).

Por consiguiente, los catalanes dispuestos a responder sondeos no solo siguen y se ciñen de forma mayoritaria a los medios locales, marginando a los estatales, sino que los valoran por encima de cualquier otra institución de tipo político. Subrayo lo de gente que tiene a bien responder a encuestas largas y pormenorizadas, porque se trata de segmentos sociales que no representan de manera fiel a la población general del país al mostrar una clara desviación, en su composición, hacia las clases medias y profesionales con una situación económica confortable. Merece la pena tenerlo en cuenta, eso, porque acaba provocando un doble sesgo: son la fuente preferida para captar las oscilaciones de la opinión pública y son, a su vez, los diseminadores de opinión “ilustrada” en sus ámbitos cotidianos de influencia. 

Los informativos de TV3 le dan mil vueltas en atractivo visual a las cadenas estatales  

El encapsulamiento informativo produce, por tanto, óptimos resultados en Cataluña porque la clientela mayoritaria se muestra satisfecha con los productos informativos que le llegan y con el trabajo que llevan a cabo los media. Nótese, asimismo que esa misma ciudadanía otorga a su Gobierno autónomo una nota de 4,4 que prácticamente dobla al suspenso estentóreo que reciben la Monarquía y el Gobierno central. Esta última puntuación es la que cuenta, al fin y a la postre, como diagnóstico de situación: para esos amplios segmentos sociales los medios de comunicación que consumen hacen una labor encomiable, el gobierno autónomo no tanto, pero podría salvarse en una repesca y el origen de todos los vicios y desaguisados de la gobernación de la cosa pública hay que buscarlo en la cima del poder «foráneo»: en la administración estatal y en la Corona. Ese es el panorama, en definitiva. Una tierna historia de afecto recíproco entre amplias franjas de las clases medias catalanas y las tribunas periodísticas y de entretenimiento que alimentan su ocio y opinión (los nuestros, suelen decir).

Sin minusvalorar el tejido de nexos caciquiles entre la administración regional y las empresas informativas sospecho, desde hace tiempo, que otro vector responsable de esa feliz colusión es la calidad y el atractivo del producto comunicativo. La alta profesionalidad técnica, quiero decir, de los programas de entretenimiento y de generación de noticias que ha sabido cultivar la radiotelevisión catalana y también la prensa local. Me estoy refiriendo, con ello, a atributos como el formato, el diseño y los estilos gráficos, o a la sofisticación y versatilidad fílmicas, sin olvidar la prestancia, ductilidad y el saber estar de los rostros y las voces líderes.

Doy algunas precisiones, para concretar: los informativos de TV3 le dan mil vueltas, desde hace décadas,  a los de las cadenas estatales en atractivo visual, agilidad e imaginación coreográfica; los reportajes y los seriales de producción local suelen tener un aire más contemporáneo que los producidos en Madrid; las retransmisiones deportivas rezuman un dinamismo  y complejidad envidiables; las voces radiofónicas pregonan frescura y capacidad humorística e incluso los rotativos han adoptado los estilos gráficos y cromáticos más seductores y apetecibles de manera que se acercan a los magazines «rosa» de papel satinado. En definitiva, que apetece consumirlos digan lo que digan y promuevan lo que promuevan. 

El contenido importa poco o muy poco. Se ha sabido cultivar la aparición de plataformas agradabilísimas de ocio «informativo» que han tenido un éxito rotundo, fidelizando a una clientela entusiasta y convirtiéndose en instrumentos óptimos para la persuasión política inadvertida. De hecho, buena parte de la producción externalizada de los shows televisivos para las cadenas privadas estatales, se crea y graba en estudios del área barcelonesa y los profesionales locales captados por los medios capitalinos para darles liderazgos, en su programación, han sido legión en todos los frentes comunicativos. Y aunque sea innegable que el somatén televisivo y radiofónico local muestra una potente deriva a practicar el aldeanismo de trabuco sabe compensarlo, con creces, mediante una dedicación meticulosa a la escenografía y al diseño “cool”. Dedicación que le ha permitido liderar su mercado de forma destacada. Ese es el aparente misterio que se esconde detrás de su preeminencia. 

Si las tertulias fueran un partido de fútbol, todos los que aparecen son del «Barça», o casi

Un segundo vector, nada menor, que ha ido sazonando y preparando el terreno secesionista lo constituye la influencia de las tertulias radiofónicas y televisivas. Es decir, el pugilato de opiniones sobre los acontecimientos políticos del día en forma de charla matutina, aperitivo al mediodía o las discusiones vespertinas y nocturnas, entre comentaristas rivales, que se ha convertido en el foro más común de germinación y diseminación de opinión en la España actual. 

Es una reconversión de las tediosas tertulias entre señoritos de Casino o de las apresuradas, en la barra del bar de los currantes, aunque a todas horas y entre tipos ilustrados, en apariencia. Acompañan a los celtíberos en sus múltiples desplazamientos en automóvil y copan segmentos inmejorables de las franjas televisivas. Tienen tantos seguidores que han llegado a desplazar, incluso, a los lujosos shows de entretenimiento en el prime time y han creado una estirpe de legionarios con habilidades para la contienda verbal que provienen, sobre todo, del periodismo aunque también abundan los especialistas en ciencias sociales. Alguna de esas figuras prominentes del pugilato televisivo y el ruido radiofónico emprendió el salto desde el ring mediático al liderazgo político estatal, con un éxito arrollador.

En Cataluña prevalece el mismo esquema con la particularidad que siempre se procura que haya una mayoría aplastante a favor ya sea del secesionismo puro y duro, del seguidismo del gobierno autónomo o de posturas algo más ecuánimes, pero victimistas y anti-centralistas. Ese es el espectro permisible en esos foros domésticos. Es decir, en términos futbolísticos todos del “Barça”, sin excepción, casi.  De vez en cuando (algunos días de la semana, en alguna franja horaria) aparece una voz algo discordante.

Pero la proporción de púgiles viene precocinada de manera que el discrepante se encuentre en minoría flagrante y ante fajadores experimentados. Con ello se cumple con la cuota cosmética de “pluralidad”, al tiempo que se garantiza que esos tipos raros salgan trasquilados a menudo. De ese modo, presentando el escenario político como un ring, donde lo común es que las voces discrepantes y con un cierto sesgo prohispánico resulten ser torpes y poco convincentes, se refuerza la unanimidad en la queja sistemática y, con ella, la desviación del foco de las actuaciones de la administración regional y la atribución de todos los males a la administración central. Esa ha sido una vía adicional de adoctrinamiento de gran eficacia.   

En Cataluña se ha practicado una impregnación doctrinal tan grande que los que no comulgan con ella se han visto obligados a transitar bajo una nube de propaganda

El goteo sistemático vehiculado de esa guisa a través de la programación ordinaria viró, sin embargo, hacia la intoxicación apabullante en cuanto el pulso secesionista se convirtió en un desafío entre gobiernos a partir de 2012. Los procedimientos aleccionadores prescindieron, entonces, del sesgo más o menos inadvertido y se pasó a la “sobresaturación” brutal para conseguir la obediencia completa. Y como buena parte del trabajo ya estaba hecho, los segmentos sociales pre-convencidos se han ido comportando con una cohesión gregaria creciente y con un ímpetu impecable. Como una falange serena e indestructible.

El entusiasmo y la insistencia con que los media locales fueron coreando, nutriendo y magnificando el movimiento secesionista llegó a tal punto, desde el otoño de 2014, que hubo incluso declaraciones formales de protesta por parte de las organizaciones sindicales de los profesionales de la radiotelevisión pública catalana, denunciando el pisoteo sistemático de la imparcialidad informativa. La machaconería implacable de los pregoneros de la tensión independentista mediante la reiteración de las consignas del gobierno autónomo, llegó a superar los escrúpulos de conciencia de los trabajadores de esos medios que emitieron comunicados de aviso, aunque fueron inmediatamente enterrados y olvidados. 

No hay, por consiguiente, duda alguna: en Cataluña se ha practicado la impregnación doctrinal con tal constancia que la ciudadanía no comulgante se ha visto obligada a transitar, en su día a día, en medio de una nube de propaganda por parte del “régimen” imperante.

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