El papel de Europa ante una auténtica revolución geopolítica

El centro de gravedad que durante siglos se situó en Europa navega por el Pacífico para establecerse en el estrecho de Malaca

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Suele decirse que estamos en una era de cambios. Y es verdad. Porque todas lo son. Pero ahora estamos, además, en una era de grandes cambios. Y de cambios auténticamente revolucionarios. De mucha más profundidad que los que provocaron revoluciones tan significativas como la revolución francesa en 1789 o la rusa en 1917. En el ámbito geopolítico estamos asistiendo a la creación de un nuevo mundo bipolar, todavía asimétrico e imperfecto, entre Estados Unidos y China, y que tiene poco que ver con el anterior mundo bipolar durante la Guerra Fría, con dos bloques encabezados respectivamente por Estados Unidos y la Unión Soviética.

Y tiene poco que ver porque la confrontación es mucho menos ideológica (no se trata de contraponer universal y globalmente modelos políticos y económicos diametralmente opuestos e incompatibles entre sí, a pesar de la doctrina de la “coexistencia pacífica”). Se trata de una confrontación por la hegemonía económica y por la capacidad de ejercer su influencia en cualquier lugar del planeta, de manera acorde con sus intereses nacionales.

Y también es distinto, porque existen otras potencias, fuera del ámbito directo de influencia de las dos grandes, que pugnan por un espacio estratégico que les confiera influencia global, o como mínimo, regional. Estamos hablando de Rusia, de India, de Brasil, o a otro nivel, de México, Turquía, Irán o Indonesia.

La confrontación EEUU- China tiene poco que ver con la Guerra Fría, porque no es ideológica sino económica

En cualquier caso, asistimos a un evidente desplazamiento del centro de gravedad del planeta desde Occidente a Oriente y, también, desde el norte hacia el sur. En lo económico, en lo demográfico, en lo comercial, en lo militar, y por ende, en lo cultural y en lo político.

Ese nuevo centro de gravedad, que durante dos siglos se situó en Europa y que luego se desplazó por el Atlántico hacia Estados Unidos y que hoy navega por el Pacífico, se situará, más pronto que tarde, en torno al Estrecho de Malaca, entre Singapur y la isla indonesia de Sumatra. Y, ¿por qué ahí?. Pues, porque se trata de la conexión natural entre el Índico y el Pacífico y se localiza en el ecuador de la tierra. Y porque en torno a su meridiano, localizamos el Sudeste asiático (con Indonesia, Vietnam, Malasia o Tailandia), China, India, Japón, Corea o Australia. El nuevo centro del mundo. Y al que Estados Unidos, a pesar del aislacionismo de la nueva Administración Trump, se orienta cada vez más.

Es cierto que los conflictos más inquietantes están de momento en otras regiones. Particularmente, en Oriente Medio. Y que ahí se juega buena parte de los resultados de ese nuevo tablero mundial con actores ni asiáticos ni occidentales, como Rusia, Turquía, Irán o Arabia Saudita. Pero el nuevo gran juego (el famoso Big Game) se dirige cada vez más hacia el mar Meridional de la China y el Golfo de Bengala. Y que se orienta, desde ahí, hacia el continente africano y hacia América Latina. Un cambio revolucionario en las reglas del juego y que obliga a Europa a posicionarse en esas nuevas coordenadas para evitar ser progresivamente irrelevante.

Europa debe asumir que o profundiza en su proyecto político o los países miembros están condenados a la irrelevancia

Por ello, Europa debe asumir que o profundiza en su proyecto político y se presenta cada vez más como un sujeto político más allá de sus países miembros, o esos países miembros están condenados a la irrelevancia. Suele decirse que Europa se divide en dos grupos: aquellos países que son pequeños y aquellos que aún no saben que son pequeños… y ahora Europa debe ser capaz de aprovechar las oportunidades que se derivan de la derrota electoral de los populismos y los nacionalismos insolidarios (con la desgraciada excepción del Brexit), de la deriva aislacionista y proteccionista de Estados Unidos, y de la demanda de otras regiones de una creciente relación sólida con la Unión Europea. Estoy hablando de Japón, Canadá, Corea del Sur, el Sudeste asiático, y por supuesto, de América Latina.

Una América Latina que avanza en sus propios procesos de integración y que requiere de nuestro máximo apoyo. Hay que concluir las negociaciones con Mercosur, hay que profundizar cada vez más las relaciones con la Alianza del Pacífico, y hay que “anclar” a esa región en los valores occidentales de la democracia representativa, la economía de mercado y en los principios de las sociedades abiertas. Para Europa, en este momento de “repliegue anglosajón”, la relación estratégica con América Latina debe ser de máxima prioridad.

Pero para ello, los europeos debemos resolver nuestros propios problemas y avanzar, aunque inevitablemente sea a través de varias velocidades, en la progresiva consolidación de nuestro proyecto político. Porque Europa es un concepto político que implica ser percibidos desde fuera como tal. Y hoy, salvo excepciones como la política comercial o la agrícola, o el medio ambiente, no es así.

Estamos en un mundo muy inestable e incierto. Nos interesa una Europa estable y que aporte certidumbre. A todos.

*Artículo publicado en mEDium, anuario editado por Economía Digital

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