Acabar con el hambre: ¿tarea de estados o de Bill Gates?

David Rieff desnuda a las entidades humanitarias y filántropos y considera que el problema es la distribución y no la producción de alimentos

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David Rieff (Boston, 1952) es contundente. Ha escrito El oprobio del hambre (Taurus), un amplio recorrido por las entidades humanitarias, a las que critica sin contemplaciones, pero responsabilizando también a los filántropos como Bill Gates, que «juegan a ser Dios». Rieff, analista político, periodista y crítico cultural, hijo de la escritora Susan Sontag, considera que el problema del hambre en el mundo no estriba tanto en el aumento de la producción de los alimentos, como en el acceso a ellos, en la distribución.

Y entiende que se ha demostrado erróneo que la innovación tecnológica que pueda promover el sector privado solucionará todos los males. Ejemplos de ello, para Rieff, han sido la revolución verde o la eclosión transgénica que no ha colmado a los hambrientos del mundo.

Intereses camuflados

El libro quiere romper tópicos. Es cierto que se ha avanzado. Los economistas más optimistas se refieren constantemente a ello, al precisar que un país como China ha sacado del hambre a unos 400 millones de personas en las últimas décadas. Pero es es el punto en el que incide Rieff, precisamente, en la necesidad de que sean los estados, con políticas públicas, los que luchen directamente contra el hambre, sin dejarlo en manos de filántropos como Bill Gates, que ahoran están, pero pueden dejar de estar mañana.

Aunque hay algo más, y es por qué personas como Gates están en esa lucha. Para entender su poder hay que tener en cuenta que el programa de la OMS para la polio depende en un 17% de las aportaciones de Gates. Y eso es más que la aportación de un país como Estados Unidos, la mayor potencia del mundo.

Visiones del mundo

Sobre Gates, Rieff asegura que se cree su propósito de que Microsoft contribuyera a un espíritu emancipador, al ofrecer instrumentos tecnológicos de enorme alcance a los ciudadanos, pero el autor recuerda que Gates «ha creado dos monopolios sucesivos». Asegura que «en 2000, Microsoft fue, en efecto, decretado monopolio ilegal por un tribunal federal de Estados Unidos y por poco evitó su desintegración por el control absoluto que tenía sobre el mercado de los ordenadores –gracias a su sistema operativo Windows– que excluía los productos de otras empresas».

El hecho es que Rieff, sin menospreciar esas aportaciones de los filántropos, entiende que hay 1.000 millones de personas en el mundo que sufren desnutrición, y que eso también incluye a los que desnutridos por calorías vacías, lo que ha dado lugar a una población obesa. En el caso de Gates, insiste:

«Las tendencias monopólicas de la Fundación Gates han sido expresadas más sutilmente, claro. Pero cualquiera que sea la meta, el efecto ha sido marginar las visiones del mundo conflictivas más importantes. Esto sucedió cuando Gates proyectó su poder, dinero e influencia en lo que demostró ser un esfuerzo exitoso para poner en marcha un régimen global para la distribución de medicamentos contra el sida que implicó subsidiar su distribución mientras dejaba patentes de las empresas farmacéuticas intactas».

Cuatro categorías de personas

La población aumenta. En 2050 podría ascender a nueve mil millones de personas. Lo que se pregunta Rieff es que no basta con ayudas humanitarias, que no se puede ser optimista y pensar que la propia dinámica permitirá acabar con el hambre en unos 20 años. Y que tampoco se solucionará si se deja en manos de filantrocapitalistas como Gates o Warren Buffet que invierten en tecnologías. En lo que hay que centrarse, a su juicio, es en el cambio climático, en los gobiernos inestables que provocan retrocesos cuando se había avanzando, en la relación entre los inversores millonarios y gigantes agrícolas como Monsanto o Syngenta.

En el punto de mira está el Banco Mundial, las ONG, la ayuda oficial al desarrollo de los países ricos, o los especuladores de materias primas.

Rieff, autor de otros trabajos como A punta de pistola o Contra la memoria, insiste en que no se puede dejar un problema que ha sido la pesadilla de la humanidad –y que llevó a Malthus a pronosticar que habría un momento en el que el aumento de población agotaría los recursos alimenticios–, en manos de los grandes inversores. Y se pregunta:

«¿Es una exageración aseverar que a principios del siglo XXI a veces puede parecer que cuatro categorías de personas (…) tienen derecho a comportarse como les plazca: los niños, los psicópatas, las víctimas y los filántropos?»

David Rieff estará en Barcelona el próximo martes, convocado por el CLAC (Centro Libre. Arte y Cultura) en la sede del Archivo de la Corona de Aragón.

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