A unos días de los atentados en Las Ramblas

Balance sosegado sobre el impacto de los atentados yihadistas en Las Ramblas de Barcelona

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Pasan las horas y los recuerdos. Las imágenes inician el camino hacia el rincón de la memoria donde habitan los recuerdos. El dolor y las emociones aún persisten a flor de piel, pero necesariamente la vida se impone y hay que dar respuesta a los desafíos grandes y pequeños, personales, profesionales, sociales, que el día a día nos pone delante de la cara.

Mantengo en el paladar el prolongado gusto amargo que me inundaba los sentidos tras la monstruosidad del atentado de Hipercor o tras la matanza perpetrada en los trenes de Cercanías de Madrid el 11-M, o la barbarie desatada contra las Twin Towers de Nueva York, pero sé que acabara pasando.

Al fin y al cabo, se trata de asumir que la muerte no es más que una consecuencia estúpida e inevitable de la vida y prepararnos para ello. A superar el destrozo físico y emocional que genera la crueldad, nos ayuda la conciencia de que somos parte de una humanidad que, como decía alguien a quien he escuchado en una radio, no ha llegado hasta aquí para olvidar el sentido que le da la libertad. En el balance de mi memoria persistirán, no obstante, más unos detalles que otros.

Doce homenajes

Me quedo con las personas que espontáneamente se acercaron al atasco monumental que se formó en las horas con botellas de agua, leche, galletas… para que los atrapados pudieran comer y beber algo; con los taxistas, con la gente de Cabify, que inmediatamente ofrecieron gratis sus vehículos para trasladar a quien lo necesitara; con aquellos que abrieron sus casas y comercios para refugiar a los despavoridos testigos de la masacre que ignoraban qué hacer.

Con los profesionales de la sanidad , y otros sectores, que, sin que nadie, les pidiera nada, de motu propio, interrumpieron sus vacaciones, su descanso, para volver a sus puestos de trabajo “para lo que hiciera falta”.

Con la farmacéutica de La Rambla que vació sus estantes de gasas, alcohol y otras cosas, antes dispuestas para la venta, para auxiliar en lo que pudiera ser a los heridos que se esparcían delante de su establecimiento; con los camareros y clientes de esa cafetería del paseo que con naturalidad se abrazaron a falta de otras instrucciones; con los compañeros, en fin, que hicieron jornadas de 20 horas…

Por supuesto, con la valentía de esa mossa, de esos mossos y policías que pertrechados apenas tras un chaleco, y pagados con unos pobres salarios en comparación a otras profesiones, se enfrentaron a un peligro incierto, arriesgando la vida, porque era su compromiso. Me quedo emocionado con todo ello.

Habrá que invertir más: desde en el diseño urbanístico hasta, sobre todo, en información e inteligencia

Ni un minuto para la mezquindad

Sé por el contrario que no guardaré ni un minuto en mi memoria la mezquindad de los que han querido generar polémicas falsas como la de los famosos bolardos, porque nada puede impedir a un loco matar, y generar reproches con lo que se podría haber hecho y no se hizo en estas circunstancias es, simplemente, ruin.

Evidentemente, habrá que invertir más en medidas preventivas que aumenten nuestra seguridad: desde en el diseño urbanístico hasta, sobre todo, en información e inteligencia, pero el riesgo cero no existe. No ha existido para los que paseaban por una céntrica plaza en Finlandia o para los que fueron ametrallados mientras tomaban algo en unas tranquilas terrazas de París o en la discoteca Bataclan, a los que ningún bolardo habría protegido.

Nuestro país, nuestra sociedad, ha demostrado una vez más su madurez y determinación y la mejor imagen que podemos ofrecer de ello es la vuelta inmediata a La Rambla de vecinos, paseantes y turistas. Gracias a ellos, a todos vosotros, porque así es más obvio lo que Messi escribió en su perfil de Twitter: “somos muchos más los que queremos vivir en un mundo en paz, sin odio y donde el respeto y la tolerancia sean las bases de la convivencia”.

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