¿Pueden sobrevivir las universidades sin recursos públicos?

El debate sobre la calidad de las facultades españolas en ocasiones se relaciona con su dependencia financiera de la administración, una tesis que no es compartida por algunos rankings y expertos

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El modelo universitario español es cuestionado permanentemente. Un gran número de campus, su coste para las arcas públicas y la calidad de la enseñanza impartida son algunos de los puntos sobre los que gira el debate. Sin embargo, en una coyuntura de profundo recorte del gasto público las facultades nacionales han mantenido su posición en los rankings internacionales de referencia, como el elaborado por la universidad de Shanghai o el QS.

Se da la situación, además, que las pocas universidades españoles que consiguen hacerse un hueco en estas listas –aunque no sea en los puestos de cabeza– son públicas. Centros como la Universidad de Barcelona (UB), la Autónoma de Barcelona (UAB), la Autónoma de Madrid (UAM) o la Pompeu Fabra (UPF) acostumbran a sostener el orgullo patrio en este tipo de rankings. Pero, ¿cuál es el problema entonces? ¿A qué se debe esta falta de campus punteros en el contexto internacional?

Recursos escasos

Para responder a esta pregunta hay que considerar, en primer lugar, la escasez de recursos de las universidades españolas en comparación con las norteamericanas, las asiáticas o las británicas, origen de los centros que suelen copar los puestos de cabeza a nivel mundial. Para ilustrar esta diferencia, bien vale el siguiente ejemplo: el presupuesto de la Universidad de Berkeley, en California (EEUU), es casi seis veces superior al de la UAB –en torno a 295 millones–, a pesar de contar con un número similar de alumnos.

Hay que tener en cuenta, además, el hachazo sufrido por este sector durante la crisis. Entre 2010 y 2012, las partidas de las autonomías destinadas a la educación superior cayeron más del 11%.

Para el economista Gonzalo Bernardos, las universidades españolas «ni mucho menos están tan mal» como se proclama desde algunos sectores. La supuesta mala calidad de nuestros centros es una «historia muy tergiversada», en opinión de Bernardos, quien destaca la «eficiencia» conseguida ante el poco dinero invertido y cómo «a pesar de los recortes, la mayoría de ellas han conseguido mantener el nivel».  

«El prestigio de la universidad muchas veces tiene que ver con lo que gastas en publicidad. Y los que están al mando, científicos, no suelen estar muy interesados en el marketing», analiza Bernardos.

¿Una burbuja?

La proliferación de campus en los últimos dos decenios sí que es un factor duramente criticado por muchos analistas. «Es surrealista la enorme oferta universitaria que hay en España», asegura Lorenzo Bernaldo de Quirós. Para este economista la construcción «extraordinaria» e «irracional» de nuevas facultades por todo el mapa  ha venido de la mano de una titulitis –»quien no tiene un título universitario es un paria», asegura— generalizada y de una preocupante bajada de calidad en los centros.

«No es posible abastecer de buenos profesores a todas las departamentos. Además, la política de incompatibilidades ha hecho que lleguen a catedráticos quienes no tienen un hueco en el sector privado», asegura. Quirós no duda en calificar de «muy malo» el nivel medio de la educación superior española, con «algunas excepciones», entre las que cita a la barcelonesa Pompeu Fabra, la madrileña Carlos III o la Universidad de Navarra.

Modelo de financiación

A diferencia de lugares como los EEUU, en donde las donaciones privadas tienen un peso fundamental, el sistema universitario español se financia, mayoritariamente, a través del precio público de los estudios y de los impuestos de los contribuyentes. Un modelo que no convence a todos.

Bernaldo de Quirós habla de «un sistema regresivo» que, al contrario de lo que comúnmente se piensa, «perjudica a las rentas bajas y medias» de la población y del que se benefician las capas medias y altas de la sociedad.

La receta de este economista liberal para solventar esta contradicción y, de paso, fomentar una verdadera competitividad entre centros (sean públicos o privados) pasa por subvencionar a las familias y no a las universidades. «Ofrecer un bono a los hogares a partir del coste medio por cada estudiante (o modularlo según las rentas)», mediante una especie de cheque universitario que, en su opinión, se podría complementar con un sistema de préstamos para los jóvenes decididos a entrar en la educación superior.

Racionalización

En lo que sí se ponen de acuerdo los analistas es en la necesidad de dar un uso racional a los recursos disponibles. Para lo cual es imprescindible dejar de lado el uso político y electoralista que se ha dado a las partidas presupuestarias para las universidades. «Resulta más barato subvencionar una carrera en Barcelona a alguien de fuera, que tener centros en todas las capitales de provincia catalanas», comenta Gonzalo Bernardos.

Una concentración de esfuerzos en los centros con más peso que, según explica Bernardos, permitiría obtener mejores resultados en aspectos como la investigación o el reclutamiento de profesores punteros, dos de los puntos en los que los campus españoles acostumbran a quedar relegados a nivel internacional.

Juventud de los centros

La base, aparentemente, ya está ahí. La última edición del ranking QS, posicionó a siete facultades españolas entre las 50 mejores del mundo. Estudios como Arquitectura y Construcción Ambiental de la Universidad Politécnica de Cataluña (puesto 22) o Economía y Econometría de la UPF (23) aparecen en el top 25 en sus respectivas ramas de conocimiento.

Si atendemos al recorrido histórico de los centros españoles, la labor hecha en las últimas décadas tampoco debería ser minusvalorada. Gran parte de nuestras mejores universidades son de creación bastante reciente. Tal es el caso de la UAB barcelonesa, calificada como la novena mejor universidad del mundo de menos de 50 años. Datos que reafirman cómo, a pesar del trabajo que aún queda por hacer, el panorama universitario español ofrece motivos suficientes para el optimismo.

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