Así se supera una bancarrota vendiendo bonsáis

Mistral Bonsái, el mayor productor de Europa, cumple tres décadas de vida tras varios años de pesadilla. En 2016 superó un concurso de acreedores que asomó la empresa al precipicio

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El ex presidente del Gobierno Felipe González se lo pasaría en grande en Camarles, un pueblo de 3.600 habitantes de Tarragona que linda con el delta del Ebro. Allí está Mistral Bonsai, una pequeña gran potencia en el sector de la jardinería. En esta pyme que justo este año cumple tres décadas de vida producen (y venden) más bonsáis que en cualquier otro lugar de España y de Europa.

200.000 árboles y plantas de este tipo reciben al visitante que llega a la sede de la empresa. Que funciona al mismo tiempo como exposición permanente de cerca de 200 especies diferentes, algunas importadas desde el extranjero y otras, la mayoría, cultivadas y producidas allí mismo, a la orilla del mar Mediterráneo.

La especialización en un producto tan singular –durante diez años tuvo un espacio propio en el Palacio de La Moncloa, ahora en el Real Jardín Botánico— fue la base del éxito de la empresa en sus inicios. Años después, sin embargo, se convirtió en su gran problema. Con la crisis, las ventas de Mistral Bonsai se desplomaron. Estos árboles en miniatura no son precisamente un producto de primera necesidad, por lo que los clientes dejaron de llamar y la facturación del grupo se hundió un 50%, explica a Economía Digital Manuel Ibáñez, fundador y director de la compañía.

Sobrevivir a un concurso

Con una deuda de «entre 3 y 4 millones de euros» en la mochila, Mistral Bonsái trató de negociar con sus prestamistas unos plazos más generosos para reducir el pasivo que la ahogaba. Ante la negativa, en diciembre de 2013 la empresa solicitó el concurso de acreedores. Se iniciaba así un duro camino, en el que se quedaron varias decenas de los antiguos trabajadores de la compañía.

Algo más de dos años después, en abril de 2016, el Juzgado Mercantil número 1 de Tarragona declaraba de manera oficial la salida del concurso de acreedores. Una rareza en la España de la recesión económica, donde nueve de cada diez empresas que se acogían a este procedimiento acababan en liquidación.

Ibáñez recuerda esos años como un continuo tira y afloja, basado en «machacar e insistir» en cada reunión con los bancos que la suya era una empresa con futuro. Así acabaron consiguiendo una quita del 45% de su deuda y un pago a plazos de 12 años. El tiempo les acabaría dando la razón: tras años de caídas, en 2015 Mistral Bonsai aumentó su facturación por primera vez desde el inicio de la crisis. El pasado año, a falta de presentar las cuentas oficiales, las ventas volvieron a crecer (13%), hasta los cuatro millones de euros, aseguran desde la empresa.

Llegar a tiempo

«Durante el tiempo en concurso seguimos haciendo lo mismo de siempre. Aunque ajustamos los gastos lo máximo posible, tanto en personal como en gastos financieros», relata Ibáñez. Sin embargo, preguntado sobre las claves para sobrevivir a un proceso concursal, este empresario sexagenario señala dos cuestiones: presentarse ante el juez mercantil a tiempo («hacerlo en vida, cuando aún no estés muerto»; la empresa, se sobreentiende) y mantener una «mentalidad fuerte», con optimismo («creer en lo que haces»).

Como anécdota, Ibáñez recuerda una lectura que le marcó en aquellos meses. Aunque ha olvidado el título y el medio en el que se publicó, el artículo en cuestión hablaba de que «en Estados Unidos la mitad de los empleos son creados por empresarios que en algún momento fracasaron». «Allí se entiende que [al solicitar un concurso de acreedores] se está aprendiendo. Aquí está muy mal visto», apunta.

Producción propia

Más allá de un espíritu más o menos optimista, Mistral Bonsai se libró del purgatorio agarrándose a lo que venía haciendo desde sus primeros años. A las alrededor de 100 especies de bonsáis que importan de diferentes lugares del mundo, hay que sumar las «cerca de 200» que cultivan y producen allí mismo, en su propia plantación.

Seis de cada diez –un índice ligeramente superior al de antes de la crisis– de estos diminutos árboles los venden en el exterior. Tanto en Europa (la fría Rusia incluida), como en Sudamérica. También el nivel y el precio de la oferta son variados. Van desde los 15 euros hasta los 40.000, los más caros. «Un bonsái es como un cuadro. Puede ser muy sencillo o estar muy bien hecho», comenta Ibáñez.

300.000 bonsáis al año salen ahora desde Camarles hacia tiendas de jardinería, floristería o particulares que compran a través de internet. Cifras todavía alejadas de las de años atrás, pero que han permitido a la compañía volver a brotar, justo a tiempo para celebrar, con motivo, su treinta cumpleaños.

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