Cifuentes, la alcaldable en minoría

Cristina Cifuentes es pugnaz en el debate y obstinadamente conservadora

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Cristina Cifuentes es pugnaz en el debate y obstinadamente conservadora. Quienes la conocen de cerca aseguran que quiere ser alcaldesa de Madrid, disputando el continuismo de Ana Botella.

Sería el segundo edil motorizado, después de que Gallardón, el actual ministro de Justicia, desfilara tantas veces sobre dos ruedas, desde los garajes de Plaza Mayor hasta su mundo faraónico de las emecuarentas. Ahora, el parón hospitalario de la Delegada del Gobierno en Madrid es obligado, a causa de un accidente de moto ocurrido en el centro de la capital tras el que, afortunadamente, no se teme por su vida.

Está marcada a fuego por el trinchante pepero. Nunca se calla. Más que responder desdobla. Es de las personas que no dejan terminar la frase de su interlocutor. Se ha dado de palos con el 15M y contra las plataformas antidesahucio. Dijo en la radio que Ada Colau y otras personas de la plataforma de Afectados por la Hipoteca apoyan a Bildu y Sortu, y claro respaldan a ETA.

Colau la denunció por injurias, pero a Cristina no le importó. Le va el sonido vitricida de la cuerda vocal españolísima. Es de las dos Españas y media: la roja, la nacional y la media, la que añade el latiguillo del «soy republicana por convicción ideológica». Y constitucionalista; de los que te tiran la Carta Magna a la cabeza si muestras alguna desviación territorial catalana o vasca. Su república es la de Bush, no la de Azaña. Para ella la monarquía «es un institución anacrónica en pleno siglo XXI«.

Cifuentes es liberal a calzón quitado con el tema gay («no me importaría casar a dos homosexuales», dijo en una entrevista en ABC), aunque partidaria de la legislación homófoba de su partido. Y laica con el indisimulado rubor de los que propenden a la mantilla y miran de soslayo al Obispo montaraz (monseñor Rouco), que preside la Conferencia Episcopal: «Deberíamos retirar la palabra cristiano porque es improcedente proponer la convicción religiosa en la ponencia social del PP»; «somos un partido inspirado en la democracia y el humanismo cristiano».

Lo suyo es un sí pero no, lejos del silencio. Le duelen los escraches, los twuiteros, las manifestaciones y las circunvalaciones ciudadanas en las cámaras legislativas. Está a favor de reducir los márgenes del derecho de manifestación. Tuvo que admitir, el pasado junio, haber recibido indemnizaciones del grupo del PP por haber sido portavoz adjunta en la Asamblea de Madrid. Y, finalmente, antes de su accidental veraneo en la capital, pasó por El Escorial para defender a Mariano Rajoy de la información publicada por El Mundo, su periódico.

Cifuentes desempeña la Delegación desde principios de 2012. Sus roces con la alcaldesa tuvieron su origen en la tragedia del Madrid Arena, la fiesta de Hallowen en la que murieron cinco jóvenes aplastadas por una avalancha descontrolada.

Cifuentes se mostró radical contra los organizadores de la fiesta, la empresa Divertt, cuyos gestores han gozado del favor municipal. Hasta tal punto ha llegado este favor que, más allá de las medidas cautelares judiciales del caso, Divertt llegó a proponer al ayuntamiento de Madrid un Fin de Año multitudinario en la Cubierta de Leganés. Y Cifuentes tuvo esta respuesta: «¡Desfachatez!» Pidió cabezas, y desde entonces algunos la ven como alcaldable. Tropezó con Botella, la Doña y, claro, el apoyo a una hipotética Cristina alcaldable es hoy minoritario.

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