2015, ¿Un año prometedor?

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Este año da la sensación de que llegarán a su cénit cuestiones que se van arrastrando desde hace un tiempo. También puede ser más un deseo que una realidad y podría ocurrir que apenas estuviéramos en una etapa incremental más. Me centro sólo en la dimensión socioeconómica.

Los fracasos de las cumbres sobre el clima y la insistencia de los grandes dirigentes mundiales para enfocar la crisis como un simple incidente coyuntural no hacen otra cosa que confirmar entre la gente más lúcida –y parte de las nuevas generaciones– la deriva suicida del sistema para el conjunto de la humanidad. Tanto la que se ha empobrecido en Occidente, como la que se ha estrenado en Asia, América y África, la clase media confía en recuperar o en continuar con la espiral del consumismo fútil. Son creyentes de los discursos de las castas dominantes o de los aspirantes a sustituirlas, revestidos de populismo.

Sólo los intereses mezquinos de la economía financiera y especulativa (y la de la industria del consumo no sostenible) frenan lo que tecnológicamente y con experiencias locales se ha demostrado posible: generar toda la energía de fuentes renovables, diseminadas y democratizadas, y que sus beneficios reviertan en los consumidores, que son la mayoría de ciudadanos.

Otras actuaciones son priorizar la investigación, innovación y producción de lo que da soluciones a los problemas de la gente. Y situar en un plano secundario aquellos productos destinados al consumo suntuario y que acaban generando problemas en vez de solucionarlos. Primar aquellas producciones de ciclo cerrado donde está previsto cada paso en su uso, hasta retornar a su reutilización. Esto quiere decir, la eliminación del concepto residuo, para pasar al de recurso.

Tanto la primera apuesta, la de las energías renovables diseminadas, como la de la producción de ciclo cerrado en su fase de reutilización, pueden generar cientos de miles de puestos de trabajo sólo en Europa. A estas líneas podríamos añadir la de la agroalimentación kilómetro cero, con la revalorización de especies autóctonas en vías de extinción que recuperen la biodiversidad, con la ayuda de la cocina de calidad que actúe de prescriptora.

No hay que olvidar la vía del turismo experiencial y responsable, que con una debida liberalización de algunas regulaciones esterilizadoras permitiría a las familias complementar sus ingresos menguantes mediante experiencias de acogida turística personalizadas e irrepetible. O bien, en una sociedad envejecida progresivamente, facilitar el afloramiento y cuidar la calidad de diversos servicios de atención personalizada. O el mismo sector de la construcción e inmobiliario debería plantearse la rehabilitación energética de los edificios en la línea apuntada antes.

También estudiar alternativas como las cooperativas de edificios con servicios compartidos destinados al número creciente de jubilados que no quieren terminar solos o devorados por la avidez monetaria de algún banco o geriátrico. Todo ello necesita un cambio cultural y en la educación enfocada a estos ámbitos que se ven expansivos y necesarios: energías, agroalimentación, idiomas, servicios personales…

Cuando oigo hablar a los líderes políticos más relevantes de nuestro entorno no me dicen nada de lo que de verdad vendrá. Y sólo nos alertan contra la subida de los populismos de derecha y de izquierda, o de los independentismos.

El Mediterráneo es el espacio donde las contradicciones del sistema se hacen más evidentes, tanto en el norte como en el sur. En 2015 podemos vivir episodios de pánico o caos, no sólo en Grecia. Lamentablemente el debate dominante en esta región se sitúa en los tópicos de pago o no de la deuda, austeridad o no… Y ninguno de los populismos que se presentan como alternativos, sean de derecha como el del Frente Nacional, el UKIP, sean de izquierda como Syriza o Podemos, se plantea el problema del Estado y su estructura como fuente de generación de la casta. Tampoco asumen hablar de que habrá un cambio de modelo en las formas de vida que se alejarán de los patrones del consumismo de las últimas décadas. Esto no lo dice ni Le Pen ni Iglesias. Y así vamos.

En Cataluña, nos encontramos en un punto de parada del proceso soberanista. Seguimos dando vueltas a la cuestión de las listas, pero de música de fondo está el malestar y las esperanzas –vanas en el ámbito del Estado– de volver a la época de las vacas gordas. Por ello es irrenunciable que las diversas opciones expliquen la independencia (CDC, ERC, CUP) o el Estado confederal (Unió, ICV) y para qué la utilizaremos en el marco de estos grandes cruces. De la misma manera que conoceremos las propuestas gattopardianas de cambio para no cambiar el Estado del PSOE, C’s y Podemos. Eso sí, estos últimos con fraseología revolucionaria. Y el PP instalado en la política reaccionaria: marcha atrás. Un año prometedor, el que hemos comenzado. Permítanme la ironía.

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