Un capitán en tierra

La última huida hacia adelante de Manuel Fernández en Pescanova marca el fin de una dinastía empresarial rota

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Los enfrentamientos familiares, la gestión del ordeno y mando y, ahora, un final llego de irregularidades contables e imputaciones penales marcan la historia de una auténtica dinastía rota, la de los Fernández, que ahora ve cómo Pescanova se enfrenta a su peor temporal. Para Manuel Fernández de Sousa-Faro (Mérida, 1951), hijo del fundador de la compañía, era hasta ayer tan importante tener la razón como que se la dieran. No importaba. Que se lo pregunten a su hermano José María, presidente de Zeltia y Pharma Mar, catedrático de bioquímica y discreto y paciente empresario. Manuel y José María, casados ambos con dos hermanas (María del Rosario y Montserrat Andrade Detrell), no mantienen contacto alguno y siguen por los periódicos la evolución de sus empresas, como reconoce el propio José María. Pero no siempre fue así.

El carácter de Manuel, tímido a la vez que enérgico, seguro de sí mismo y a quien resultaba muy caro contradecir para sus subordinados, hizo que un día, a finales de los noventa, se consumara una de las grandes rupturas empresariales de este país. El cruce de participaciones que tenían dos de los tres hermanos presentes en el capital de Pescanova (Manuel, el presidente, Fernando y José María) con otras empresas como Zeltia pasaba a la historia. Si hoy alguien le pregunta a José María por su hermano Manuel obtendrá un largo silencio como primera respuesta, para advertir, no sin cierta pesadumbre, que “se trata de un proceso natural en la segunda generación familiar, caminos divergentes”. Nada más.

La constante de la soledad

La soledad. Quizá esa sea la constante vital de Manuel Fernández de Sousa-Faro desde hace muchos años. Y también en esta crisis. En todos estos años el presidente de Pescanova ha buscado siempre aliados de conveniencia, como las banderas de los países donde operaba la multinacional. Fueron políticos (el apoyo de Manuel Fraga en los noventa para no caer en manos de Unilever) y también económicos. El papel de Caixa Galicia, hoy integrada en Novagalica Banco, y la empatía entre Manuel Fernández y el entonces director general de la entidad, el denostado José Luis Méndez, ayuda a entender el proceso y ofrece algunas claves de una crisis larvada, casi cíclica, que siempre se proyectó sobre la compañía viguesa, debido a su elevado endeudamiento. Y siempre había algún margen, el que ofrecía Méndez echando una mano. Ambos fueron intratables para gran parte de sus equipos, mirados y con la osadía necesaria para abordar proyectos que sobrepasaban su capacidad, que no su ambición.

El final del camino

Habían sido precisamente los desencuentros en el seno familiar de una saga que llegó a sumar tras la Guerra Civil, en primera generación, compañías como Pescanova, Transfesa, Corporación Noroeste, Zeltia, los que propiciaron que en los noventa Caixa Galicia entrase en el accionariado de la multinacional. Así, poco a poco, financiando y adquiriendo títulos cada vez que había un desencuentro entre los socios, fue como la caja resultante de la fusión de Caixa Galicia y Caixanova llegó a sumar más de un 22% del capital de Pescanova. Su primer y aparente dócil accionista.

Y fue el fiasco de la fusión de ambas cajas, y la consiguiente recapitalización de Novagalicia, lo que llevó a Manuel Fernández a incorporar nuevos accionistas. Pero esta vez fue por obligación. Y otra vez solo. Con su dimisión, aceptada por todo el consejo, se cierra una etapa, que ha tenido seis meses trepidantes y llenos de sorpresas desagradables y luchas intestinas, pero se abre otra para Pescanova, que todavía tiene a Manuel Fernández como su primer accionista individual, con algo más del 7% de su capital. Ahora, la Audiencia Nacional le espera.

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