Cinco retos urgentes de la patronal gallega para después de las vacaciones

Alvariño deberá gastar mucho en teléfono este agosto para pactar el presupuesto de la CEG, antes de meterse a fondo con la reforma prometida

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Llegó el verano a la patronal gallega con una Asamblea General agitada, en la que el equipo de José Manuel Fernández Alvariño no logró sacar adelante los presupuestos de la Confederación de Empresarios de Galicia. La aprobación de las cuentas quedará para septiembre, lo que obliga al presidente a mover muchos hilos este agosto para asegurarse que el proceso llegue a buen puerto.

Es el reto más urgente de Alvariño, pero vendrán otros. Entre ellos, culminar la reforma que prometió a su llegada a la patronal, cambio estatutario incluido, y que un año después sigue muy verde. El riesgo de la ambiciosa misión es que vuelven a surgir los brotes localistas que castigan el mensaje de unidad que defiende el presidente para la patronal, que aborda un proceso de apertura al exterior mientras ordena la casa por dentro.

¡Hay que hablar con Lugo!

Lo más inmediato, ya en septiembre, es que la CEG tenga presupuestos para este ejercicio, que serán presumiblemente de 3,5 millones, 1,1 para costes de estructura y el resto para ejecución de programas. Las cuentas ya deberían estar aprobadas, pero la Confederación Provincial de Lugo se salió del guión, votó en contra en la asamblea de julio y tumbó la propuesta con los votos también en contra de A Coruña.

En el caso de la patronal coruñesa se esperaba el rechazo, pero en la de Lugo no, ya que fue una de las provinciales que apoyó con claridad a Alvariño en su ascenso a la presidencia de la CEG. Los representantes de los empresarios lucenses aludieron que faltaba información sobre los presupuestos y a que respondían a una situación coyuntural más que a una estrategia a largo plazo, que sería lo deseado.

Así que a Alvariño le toca acercar posturas durante el verano para evitar que no se le atraganten las cuentas. Por el momento, dicho acercamiento no se ha producido, según informan fuentes empresariales, así que la situación está como estaba.

Los riesgos estructurales

Si solventa la patata caliente, el empresario vigués tendrá dos nuevas cuestiones sobre la mesa. La primera responde a los compromisos que adquirió cuando llegó a la presidencia y pasa por reformar los estatutos de la patronal para limitar los mandatos a dos y establecer la incompatibilidad de cargos, es decir, que el presidente de una provincial no pueda serlo al mismo tiempo de la CEG, como hizo Antonio Fontenla.

Ambas medidas están, más o menos, consensuadas. El problema es la segunda parte de la reforma. Alvariño prometió más equilibrio territorial, dar más peso a Ourense y Lugo y quitárselo a Pontevedra y A Coruña, que por una cuestión de número de empresas tienen mayor representatividad en la CEG. Pero claro, ni Pontevedra ni A Coruña están por la labor.

Alvariño dejará la propuesta en un segundo plano pero tiene el riesgo de que las provinciales que la apoyan, Lugo y Ourense, se enfaden. Es un riesgo alto, porque sin ellas y con la oposición sistemática de A Coruña, el control de la CEG quedaría en el aire.

Atar en corto la red exterior

A partir del próximo año, está previsto que las oficinas de la red exterior se sometan a una especie de controles de calidad. Pasarán un examen de rendimiento para evaluar cuáles están funcionando y cuáles no y, a partir de los datos, decidir si se cierran o continúan operativas. El diseño de las plataformas en el extranjero, que deben ayudar a la internacionalización de las empresas gallegas, ocupó mucho tiempo al presidente de la CEG, sobre todo, por la dificultad para cerrar el convenio con el Igape, el organismo que las financia.

El nuevo diseño, casi totalmente externalizado y con controles periódicos, tiene por objetivo satisfacer a la Xunta, que considera que se realizó un gasto excesivo en la anterior etapa. El Gobierno gallego ya ha recortado las sedes y está dispuesto a operar con sus propios centros al margen de la patronal. A Alvariño no le parece mal, siempre que se conserven las oficinas que gestiona la CEG. De su éxito, pues, depende que se abran nuevas y continúen las vigentes, que suponen más presupuesto para la institución y más capacidad de gestión en el exterior.

La dependencia de las subvenciones

Uno de los objetivos de Alvariño es que la patronal dependa los menos posible de subvenciones de la Xunta o programas subvencionados. Descartado un aumento de las cotas a los socios, la solución que queda es ganarse el pan con servicios a empresas. Pero, además de emprender un serio recorte en los gastos estructurales, incluido el cierre de un edificio que tenía la CEG en el casco histórico de Santiago, el presidente quiere lanzarse a por fondos europeos.

Para ello, diseña programas que van más allá del ámbito gallego. Quiere tejer alianzas con otras patronales para presentar proyectos conjuntos que puedan competir con garantías en Bruselas.

La imagen de la patronal

Porque el problema de las trifulcas internas es que lo demás pasa desapercibido. Cuanto más se mira hacia dentro de la patronal menos se proyecta la institución hacia afuera, un problema para la imagen y para el mensaje de unidad que intenta implantar Alvariño.

Su premisa es que se defiende la marca Galicia por encima de los localismos, y se fomenta el debate, pero sin guerras internas. Hasta ahora, no ha conseguido frenar los incendios. Ese es, seguramente, el gran reto que le queda para moldear la CEG que imaginó cuando se sentó en el trono. Además, es algo que piden los propios empresarios, que no se sienten representados en las disputas entre Alvariño y su antecesor en el cargo, Antonio Fontenla.

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